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Testimonials

​Josh Manring

Adventure/Documentary Photographer Naturalist

Josh Manring

Fellow photographer, naturalist and good friend, Jim Vanas, first introduced me to Las Brisas Nature Reserve in 2008.  Jim had met Erick, the owner of Las Brisas Nature Reserve, some years prior and wanted to introduce us.  At that time, I had been intermittently living in Costa Rica for three years.  I was familiar with the general flora and fauna of Costa Rica, but Las Brisas Nature Reserve brought my level of appreciation and learning for the natural world to a whole new level.  To this day, after living near the Las Brisas Nature Reserve for a total of six months in the past four years, I am not only in awe but also simply astounded by the evolution of the reserve.

My photographic experiences at Las Brisas Nature Reserve have been nothing short of amazing. I am from Naples, Florida, and almost every time I venture into the swamp (The Florida Everglades), I encounter a unique experience. The same can be said for Las Brisas Nature Reserve, but there is one key practical difference between the two and many other hard to get to places in the world like The Florida Everglades, and that is accessibility. The accessibility to Las Brisas Nature Reserve is one of the biggest draws for me to return time and time again.  The last two years, I have rented the same villa not even 100 meters from Las Brisas Nature Reserve. I do not need to drive an hour (if not more) and then walk an hour to arrive at my destination.  From my own front door, I am where I want to be within a 10-minute walk and I am introduced to a side of nature that is almost un-comparable.

I have two favorite times of day for photography at Las Brisas Nature Reserve. The first is to wake up at the crack of dawn and experience the warm ambient morning light and the rebirth of the new day with all the birds and other creatures.  I find the morning light warmer and lasts longer than the afternoon light does.  There are two primary reasons for this; first, the mornings are less cloudy than the afternoons, and secondly, the hills block the afternoon light as the sun sets, thus cutting the light short.  My second favorite time of day to photograph is at nighttime.  Las Brisas Nature Reserve has single-handedly been responsible for my love of macro photography. Each and every subject seems to stand out at night and the intimacy with the subject in regards to macro photography is something beyond comparison to other photographic disciplines.

The wildlife at Las Brisas Nature Reserve is absolutely special.  There are over 400 species of birds and a diverse population of insects, frogs, snakes, and mammals. This is where the relationship between Las Brisas Nature Reserve and the people who care for it are so important.  Erick, Santos, Juan, Felipe, Donald and many others have spent countless hours walking the trails and learning about flora and fauna. I have been fortunate to experience Las Brisas Nature Preserve with the assistance of their knowledge. If you get the opportunity to visit and spend time with one or more of the people whom are familiar with Las Brisas Nature Preserve, it is a privilege.

In conclusion, the photographic opportunities, day and night, are endless (literally) and the experience is one you will remember for a lifetime.  If you have read this far, then maybe I will see you at Las Brisas Nature Reserve one day soon.

Feel free to contact me:

 

Josh Manring                                                                                                                                                                                                           Adventure/Documentary Photographer Naturalist

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José Gonzalez

Botánico Residente, Estación Biológica La Selva (OET)

Josh Manring

Son pocos los bosques de Costa Rica, donde la biogeografía suele ser tan enigmática y sorprendente como en la Reserva Natural Las Brisas; justo cabría aquí proponer el axioma: “Donde las especies extremadamente raras, son localmente comunes”. Sin tender a la exageración, es casi seguro que en cada ladera de una fila, sumidad de un cerro o garganta de una quebrada, será factible hallar un taumatúrgico ecosistema sin parangón.

Como un verdadero relicto de las atávicas florestas de la Cordillera Central, aquí en el piedemonte piroclástico del Volcán Turrialba, pareciera que se hubiesen acorralado a todas aquellas extrañas criaturas nemorales, de otra forma aniquiladas a lo largo de este piso altitudinal.

 

Y bien, dejando el lenguaje retórico que suele despertar el recuerdo de los recorridos por la Reserva en mí, y enfocándome en mis efemérides como botánico y recolector, puedo decir con propiedad que en 19 días de intensa exploración hicimos acopio de 943 especímenes de plantas, distribuidos en 487 especies; y esto representa sólo una alícuota del maremágnum clorofílico que se preserva incólumemente bajo las bóvedas avasallantes de éstos prístinos bosques, donde hemos “subestimado” que existan alrededor de 3000 especies vegetales.

​Yalena de la Cruz

Columnista de la Página 15,  La Nación

Josh Manring

“Suena el despertador; 4 am. Hora de levantarse para prepararme para el viaje a la Reserva Las Brisas. A las 5.30 am estoy ya en el carro que maneja Luis Fernando, con una invisible maleta cargada de ilusión! El día anterior ha sido extraordinario, y la montaña –pienso- habrá de permitirme verlo aún en mayor perspectiva: desde el silencio roto por el canto de las aves, desde la pureza del aire que baila entra los árboles, desde esas ausencias que sentimos porque anhelamos…Tras el desayuno, un corto viaje en carro, y ¡a caminar! Soy simplemente acompañante de un grupo de fotógrafos, interesados en las aves del bosque. Cargan sus lentes y sus cámaras, con la esperanza de capturar una buena imagen… con la esperanza de interpretar el lenguaje de la naturaleza que hay que descifrar afinando el ojo para ver lo que, de otra forma, podría pasar inadvertido.

 

 

Estoy en medio de la montaña y tengo mente y corazón divididos entre el San José que dejé atrás y el mundo verde que se abre, majestuoso, a cada paso en que nos internamos en el bosque. El vuelo de las mariposas, el ave que con asombro miro por primera vez, la textura del musgo, todo se carga de recuerdos… de esos recuerdos que cargamos en la piel y en el alma y brotan, como milagro, sin explicarnos cómo… Subimos la primera plataforma. 20 metros. La vista es majestuosa y nos permite apreciar, con gran detalle una panorámica del bosque. Seguimos el camino… ¡han pasado ya varias horas! El encuentro con una escalera que parece subir al cielo nos invita a bailar mentalmente la canción y genera la expectativa de qué podremos ver cuando lleguemos al final, que no se mira desde la tierra que pisamos. Subo cada escalón viendo cómo, a cada paso, la perspectiva cambia. Definitivamente, todo depende del ángulo con que se mire. A 40 metros de altura, el equivalente de un edificio de unos 10 o 12 pisos, está la pequeña plataforma sobre las copas de los árboles. Si vemos hacia abajo, no divisamos el piso… si vemos hacia el frente, el horizonte se abre infinito. Desafío la altura y el vacío. Sostenida de una barra, saco de la plataforma mi cuerpo hasta la altura del codo, y quedo así, colgando en el vacío. La sensación es de plena libertad; de aire fresco; de vencer desafíos. Espero haberme traído conmigo esa fuerza vital de romper límites, de no tener miedo allí donde podríamos flaquear… de ser capaces de asumir riesgos por el solo deseo de vivir plenamente, intensamente…”

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